Nunca pensé que después de tantos años tuviera que cambiar de trabajo, pero recibí una oferta de esas que “no se pueden rechazar”. Bueno, en realidad sí se pueden rechazar, por supuesto, y me lo pensé bastante, pero me ofrecía unas mejores condiciones económicas y sentía que era un importante avance en mi carrera. No tiendo a darle mucha importancia a todo eso de la ‘carrera’, pero supongo que todos queremos sentirnos más inspirados en el trabajo.
Pero uno de los efectos colaterales de cambiar de trabajo es que probablemente cambiemos de casa. A partir de ahora yo voy a trabajar en oficina y no voy a necesitar un despacho como hasta ahora. La razón principal por la que vivimos en una casa con tres habitaciones es porque yo necesito un espacio para mí.
Recuerdo en mis primeros años que trabajaba donde podía, en la cocina, en el salón, hasta tuve una semanas de trabajar en el hall de entrada a casa por la conexión a internet. Luego yo logré un pequeño espacio al lado de unas venecianas a medida al que le empecé a coger cariño. Sé que con un portátil, una conexión a internet y un ratón (yo no puedo sin ratón) ya puedo trabajar, pero con el tiempo asumí que si quería tener un mejor rendimiento debía tener un espacio propio, algo parecido a un despacho.
Pero para conseguir una casa con tres habitaciones en nuestra ciudad, hay que irse un poco lejos, sobre todo si no quieres dejar un riñón y parte del otro en el alquiler. Así que al final alquilamos una casa con tres habitaciones en el extrarradio: pero con un precioso despacho con Venecianas a medida y un ratón último modelo.
Y así hemos estado hasta ahora. Pero como ahora no voy a necesitar despacho nos ha surgido la duda: ¿quedarnos dónde estamos y seguir con este estilo de vida? ¿O volver a una casa de dos habitaciones, más moderna y mejor comunicada? Es una decisión difícil, pero lo vamos a sopesar bien antes de tomarla.